
Concedo esta entrevista a un grupo de trabajo de la Facultat de Psicologia de la Universitat de Barcelona que analiza el universo de las parafilias. Es una inmejorable ocasión para el insight, para ponerme al día mi visión acerca de la sexualidad contemporánea en toda su vasta complejidad. A continuación, transcribo el contenido de la entrevista. Aborda temas como el BDSM, las relaciones actuales de pareja, el ambiente liberal y otros aspectos de nuestra mirada actual sobre el sexo.
- Haznos una breve presentación de quién eres
Mi nombre es Jordi Clotas i Perpinyà. Nací en Barcelona en 1967. Soy licenciado en Filosofía por la Universitat Central de Barcelona y Postgrado en Asesoramiento Sexológico y Educación Sexual por InCiSex, Instituto vinculado a la Universidad de Alcalá de Henares. Como profesor de Fotografía, he impartido durante dos décadas el módulo «Desnudo e Iluminación» en diferentes instituciones catalanas, la última de ellas l’Agrupació Fotogràfica de Catalunya. He publicado diversos libros sobre gestión emocional en la vida cotidiana y en la relación de pareja. El oficio fotográfico me ha mantenido muchos años vinculado al universo del erotismo barcelonés a través de colaboraciones con la literatura erótica, el cine para adultos, los salones y eventos anuales, la sexología, el naturismo, el ambiente liberal, el tantra y el BDSM, algunas de tantísimas expresiones presentes en el rico universo de la sexualidad en nuestro país.
- Como filósofo, ¿qué opina sobre las parafilias?
Como repite a menudo mi maestro, Efigenio Amezúa, “del sexo se habla mucho, pero se piensa muy poco». No es lo mismo pensar en el sexo que desde el sexo, nos cuenta. Amezúa apuesta por una sexología construida desde las ideas, y no desde las emociones.
Como filósofo, creo que lo que hemos convenido en llamar «parafilias», un concepto que conserva en cierto modo el estigma de sus predecesores («perversión», «aberración») no son más que conductas que el deseo reclama en una época y en un lugar equivocados. De vuelta a Amezúa, la Teoría de los Sexos que defiende prefiere referirse a estos deseos en términos de «peculiaridades». A veces, es solo cuestión de tiempo su relativa «normalización». Lo podemos ver claramente, por ejemplo, en la evolución de una práctica como el BDSM. Desde las lecturas patologizantes de Kraft-Ebing o Freud a finales del siglo XIX, se pasa a una visión menos medicalizada con el sexólogo Havelock Ellis que culmina con la visión social de Gebhard o el BDSM-chic de Cincuenta sombras de Grey. El fenómeno que ha propiciado esta trilogía de E.L.James pone sobre el tapete la estrecha vinculación entre la normalización de determinadas conductas sexuales con el rendimiento económico, cultural y social que favorecen, propiciando cambios en lo que Freud llamará Moral Sexual Cultural de cada época. El movimiento Gay es dignificado desde el momento en que sus cifras oficiales lo convierten en masa de votantes a tener en cuenta; el BDSM sale del armario cuando las Cincuenta sombras incentivan el consumo de libros, cine, moda, merchandising… beneficios económicos cuantificables y, por tanto, impuestos en suma. Hay quien ha definido el relato de Grey como «porno para mamás», cuando lo que muestra la obra, aunque de manera muy edulcorada, es un compromiso contractual entre un «amo» y su «sumisa». Curioso por tanto observar los cambios de percepción, fagocitación y acogida social desde el SM patológico de Haan, Kraft-Ebing y Freud hasta el BDSM contemporáneo. La mirada es radicalmente otra, más económica que moral. Por tanto, las llamadas «parafilias» bien podrían consistir, simplemente, en prácticas sociales culturalmente inaceptables, en un momento y espacio concretos, para la sociedad que las juzga.
Desde el punto de vista moral, todo aquello relacionado con la sexualidad escapa, demasiado a menudo, de una reflexión serena. Sus criterios de «normalidad», basados en lo que es «natural» y lo que no, responden a intereses que van desde el discurso mitológico hasta el científico, pasando por el moral, el religioso, el médico y el político. Hoy atravesamos una etapa de neopuritanismo muy acentuado, quizá por la politización del sexo y de las relaciones entre los sexos. El contexto es favorable a la proliferación de condenas sobre conductas sexuales. De repente, es como si todo lo relacionado con el sexo volviese a ser sospechoso de perversión.
- ¿Crees que las parafilias son un trastorno mental?
No es tarea de los sexólogos ni de los filósofos juzgar el carácter presuntamente patológico de una conducta. Creo que en cualquier caso, lo que aquí prima es valorar hasta qué punto la presión social puede condicionar una evaluación médica. Por mi parte, entiendo que si hay un sujeto que cubre las necesidades del deseo de otro sujeto y ambos, desde la plena libertad y responsabilidad, aceptan el reto de gozar y experimentar placeres a partir de conductas sexuales poco «convencionales», lo único que podemos hacer es una valoración estadística en términos de mayor o menor «normalidad». Michel Foucault, filósofo francés, es el gran cuestionador del concepto de “normalidad”. Un trastorno mental podría empezar a tenerse en consideración desde el momento en que una de las partes implicadas en la situación sexual lo vive como obligación, como acoso, desde el malestar, mientras que a la parte activa no le detiene el rechazo social, moral o ético, ni el riesgo jurídico, de atentar contra la libertad del otro. Quien se arriesga a ser sancionado penalmente por no escoger adecuadamente a su compañero de juegos puede mostrar indicios de psicopatología, o de sociopatía, o cualquier forma de desequilibrio emocional. Pero en una situación asumida por todos los participantes con placer, desde la madurez y el consentimiento consciente, por bizarra que nos parezca, el concepto de “trastorno mental” es un invitado impertinente, inoportuno, más moral que racional.
Por tanto, desde la plena conciencia y libertad de actuación de todos los implicados, no considero ninguna «parafilia» como trastorno mental. Prefiero el concepto de «peculiaridad» que propone el paradigma de los sexos de Amezúa.
- ¿Piensa que el sexo es aún un tabú? En tal caso, ¿qué deberíamos hacer para cambiar esa mirada?
Como ya comentábamos, el sexo es tabú no porque se hable poco de ello -hoy hay una tendencia muy general a etiquetar toda forma de relación y de prácticas amatorias-, sino porque la reflexión sobre el sexo está ausente. Cada época y lugar parece querer tener controlado el discurso sobre la sexualidad, y esa actitud se generaliza a partir de la obsesión taxonomizadora del siglo XIX en su afán por imponer una determinada «normalidad» que no se empieza a cuestionar hasta que Berlín crea el primer gran Instituto Sexológico, ya entrados en el siglo XX. Freud descubre, sobre todo a partir de 1905, que parte de nuestras conductas están justificadas por nuestra parte inconsciente, animal, visceral y atávica. La gran aportación del Psicoanálisis consistirá, desde el punto de vista de la sexualidad, en sacar a la luz que muchos de las conductas consideradas políticamente incorrectas en ese momento histórico partían de motivaciones compartidas por la práctica totalidad de la Humanidad (por ejemplo, los ya mencionados instintos de goce del sadismo y el masoquismo). Muchos aspectos de la sexualidad salen a la luz y se empieza a hablar de ellos abiertamente, aunque sea inicialmente para etiquetarlos como anormalidad psicopatológica.
Ahora nos parece que podemos hablar abiertamente del sexo, pero lo que podría estar pasando es que en ese exceso de verbalización se lo continúe pensando más bien poco, hasta el punto que esa presencia excesiva acabe por banalizarlo detrás de lenguajes y argots de fácil anclaje social, con cierta intención provocadora y polemista. Pero el tabú permanece intacto desde el momento en que no somos capaces de crear en las escuelas una Educación Sexual continua desde la edad de escolarización hasta los 18 años al menos, momento de acceso a la mayoría de edad en nuestro país. Urge más educación sexual. Esta continúa siendo, a mi modo de ver, la gran asignatura pendiente, probablemente porque por su carácter tabú no se promocionan movimientos transversales de actuación entre los agentes educacionales (padres, maestros, entidades e instituciones) que exijan esta formación, crucial a mi entender para la construcción de una personalidad sólida del sujeto social. Con más Educación Sexual probablemente serían necesarios menos terapeutas y sexólogos.
- Usted es propietario de un club swinger. ¿Nos puede hablar de este mundo?
Antes de responder, querría matizar un detalle importante, y es que no soy propietario de ningún club. He trabajado en dos clubes swinger de Barcelona como guía para parejas que querían iniciarse en esta experiencia de apertura del modelo tradicional de pareja. Mi labor consistía en advertirles de los riesgos emocionales de esa experiencia. Hemos sido educados en el ideal romántico, hoy en horas bajas y muy cuestionado, y en cuanto hemos intentado dar el salto a un modelo de sexuación basado en el puro hedonismo nos hemos dado cuenta de que no estábamos preparados para ello. La promiscuidad consentida que proponen modelos como el liberal, el swinger o el poliamor parten de una escala de valores muy distinta a aquella en la que hemos sido y seguimos siendo educados: territorialidad, exclusividad, compromiso, unidad familiar, equilibrio… Quizá en una época en la que la pareja partía de la incuestionable voluntad de durabilidad de la relación, esas experiencias podían incluso fortalecer el vínculo..
Ahora bien, desde el momento en que vivimos en una época en la que el compromiso es sinónimo de pérdida de libertad, con el mantra permanente del «todo es posible (¡y ahora!)», con infinidad de amistades en las redes sociales y de potenciales amantes en las apps de dating (el sociólogo Zygmunt Bauman opina que las relaciones se han sustituido por las conexiones) de la libertad ilimitada y del consumo a granel de experiencias, incluso el mundo swinger acaba por banalizar la experiencia que ofrecía en sus orígenes hasta transformar sus clubes en simples puntos de encuentro para aquellos que quieren encontrar cómodamente participantes de carne y hueso para cumplir sus fantasías eróticas. Al final, el ambiente swinger no deja de ser un multiespacio para la fantasía, un hipermercado de sensaciones erotizantes muy útil para quien tiene con su pareja un vínculo o bien muy profundo o tan débil que sabe que no se está jugando nada. El mundo swinger no admite medias tintas, ni es tampoco la panacea de la liberación sexual. Está muy codificado y contiene muchas trampas, algunas muy sutiles, en su interior. Pueden acabar por destruir la relación o pueden empujarnos a realizar sueños que no son los propios «porque toca estar a la altura de nuestros tiempos». El autoengaño está también muy presente cuando la experiencia, más que de pareja, es de dos individuos con un vínculo más o menos estrecho y sólido.
- ¿Considera el mundo swinger como una parafilia? ¿Por qué?
No, en absoluto. La fantasía de compartir experIencias sexuales con terceros, cuartos o infinitos nos acompaña desde los orígenes, o al menos desde que disponemos de tradición escrita. En este caso, no me cabe duda duda de que no se trata de una parafilia, sino de un concepto no limitador de relaciones entre cuerpos que se buscan y se encuentran para gozar.
- La gente que frecuenta estos locales ¿se siente cómoda hablando de este tema? ¿Se ocultan?
Cada vez más, los swingers van saliendo de sus armarios. Ahora luce muy “Chic”, muy “Snob”, explicar las batallitas amatorias en las sobremesas. Basta con echar una ojeada al fenómeno sexblogging en los blogs, en Youtube; a los programas de televisión sobre aventuras exóticas y eróticas; debates, debates, reality shows, concursos que ponen a prueba la resistencia al deseo… Hoy toda una generación disfruta exponiendo su intimidad en público, sus experiencias no convencionales en el campo de la sexualidad. Antes, los clubes swinger eran prácticamente clandestinos, como fantasmales leyendas urbanas. Se descubrían por comunicación boca a boca. Hoy es en cambio una realidad con mucha mayor visibilidad que podemos encontrar en el centro mismo de las grandes ciudades, o dando un simple paseo virtual por Internet. El colectivo swinger dispone de sus propias webs de contacto, cuelgan imágenes de sus cuerpos e incluso de su rostro, detallan sus preferencias y cuentan abiertamente quienes son y qué buscan. Muchos de ellos utilizan nombres falsos, nick names, pero asumen el riesgo de encontrarse con el vecino de al lado, el familiar de turno, la profesora de sus hijos o la peluquera del barrio. La discreción se ha ido relajando. El fenómeno Grey, por ejemplo, y una constante presencia del sexo en los medios han ido dado voz a secretos que hoy lo van siendo menos. Yo diría, por resumir, que el swinger no se va anunciando a los cuatro vientos, pero que si surge el tema en una conversación relata sus vivencias con relativa naturalidad, e incluso con cierto afán proselitista que invita a explorar límites en la relación de pareja. .
- ¿Cree que todas las parafilias están al mismo nivel?
Creo que no, que las hay que ofrecen mucho más riesgo que otras. Cualquier práctica relacionada con la sangre, o con un desequilibrio en el normal funcionamiento del organismo cuando se lleva el cuerpo al límite de su resistencia, me merecen especial respeto y exigencia de prudencia. . Tampoco están al mismo nivel aquellas en las que alguno de los participantes no tiene posibilidad de escoger y vive la experiencia de forma traumática. En las relaciones que parten de la disimetría obvia de los participantes me reconozco poco tolerante. Cuando alguien fuerza al otro y este se siente víctima pasiva de la situación, creo que estamos ante una situación que hay que analizar con herramientas y desde premisas muy distintas a aquellas en las que todos los participantes participan desde la equidad de conciencia y de fuerza, con pleno conocimiento tanto de lo que van a experimentar como de las potenciales consecuencias futuras de esa vivencia.
- Hasta no hace mucho, la homosexualidad era considerada una parafilia. ¿Qué opina al respecto?
Como en el cas de la tradicional patologización de las prácticas BDSM, creo que esa consideración responde a una cultura en la cual la sexualidad estaba vinculada no al deseo, ni al desarrollo personal, sino a la mera procreación. Es lo que se denomina «paradigma reproductivo», desde el cual toda aquella actividad sexual no orientada a la perpetuación de la especie conducía a otra teoría menor, la de la «Degeneración de la Especie». Por suerte, hoy en día esta visión está, salvo excepciones, aparentemente superada. Continúan habiendo, es cierto, comunidades poco desarrolladas o posiciones de género herederas del Patriarcado Hegemónico más radical que siguen adscritos a esa mirada. Pero la lucha del movimiento LGTBIQ+ para dar visibilidad a las minorías alternativas al heteropatriarcado consiguieron, a partir de los ’60, alterar lentamente el concepto de «normalidad», ensancharlo. El movimiento Queer, ya en los ’90, fue el aldabonazo definitivo a esa restrictiva concepción tradicional del universo de la sexualidad y la pareja. Hoy, la homosexualidad se ha institucionalizado como movimiento, y se ha naturalizado socialmente en especial en los países con mayor desarrollo cultural. Cuando encuentro obras que hablan de «curar» la homosexualidad no puedo evitar cierto escalofrío.
- ¿Cree que las parafilias, como por ejemplo la necrofilia o la pedofilia, son un trastorno mental? ¿Y el sadomasoquismo o el fetichismo? ¿Por qué?
La necrofilia podría responder a un patrón de comportamiento en el que el sujeto que parece incapaz de relacionarse con los demás de igual a igual, una posible perturbación en el proceso de socialización y un terror irracional a practicar la seducción. Lo considero un caso de posible fracaso de la inteligencia social y sexual. Respecto a la pedofilia, como anticipaba en la respuesta a vuestra pregunta 8, creo que el menor no está en condiciones de igualdad a la hora de decidir participar en la actividad sexual que se le propone ni es consciente de las consecuencias de su decisión. Se situaría en las afueras de lo que considero una relación consensuada desde la equidad.
Aun así, la pederastia genera un debate previo que se resume en la siguiente pregunta: ¿cuándo un menor tiene capacidad para decidir sobre su sexualidad? ¿Cuándo, de hecho, un sujeto se considera suficientemente maduro para tomar cualquier tipo de decisión. Como diría el sexólogo y sociólogo Marcos Sanz, «respetemos la complejidad». Los trabajos del sexólogo Agustín Malón sobre esta cuestión son todo un alegato a favor del criticismo. La edad de consentimiento ha ido cambiando en sucesivas reformas del Código Penal, y existen ciertas culturas como la gitana en las que los matrimonios acordados se producen cuando los implicados tienen edades muy inferiores a los 18 años. En Grecia, madre de la cultura occidental (si consideramos como pare a la cultura Hebrea), la iniciación de los menores en el proceso denominado Paideía incluía la sexualidad, y los llamados «efebos» aprendían de sus maestros no solo ciencias y pensamiento, sino también amatoria, ars amandi. Por tanto, nos hallamos ante un debate complejo. La novela Lolita de Nabokov plantea esta situación a partir de una protagonista menor que en ningún momento parece inconsciente frente a su conducta y sus decisiones. Hoy en día, la iniciación a la sexualidad y a las primeras relaciones tiene lugar en culturas avanzadas como la nuestra alrededor de los 13/14 años. Las estadísticas nos hablan de una edad cada vez inferior de iniciación y exploración sexual.
Por otra parte, quizá debiéramos distinguir entre el pedófilo (el que dirige su deseo hacia menores de edad sin necesariamente consumarlo) y el pederasta (que lo consuma, o intenta repetidamente realizar esa fantasía de posesión del menor). En muchos de estos casos (recientemente, un chico de 18 años ha sido condenado a partir de la denuncia de los padres de su pareja de 14, a pesar de la oposición de la chica), no solo no hay resistencia alguna por parte del menor, sino que este se presenta como parte activa de un proceso de seducción meditado y consciente. La frontera, por tanto, sobre la capacidad o no de decidir es a menudo aleatoria, variable en función de cada caso. Como otro claro ejemplo, propongo el caso de los protagonistas de Muerte en Venecia, de Thomas Mann, que no responden precisamente a ningún patrón de desequilibrio mental, sino a una mera sensibilidad poco habitual. La pedofilia, por tanto, no la considero una parafilia, sino una convención social convertida en ley, iatrogénica, que hay que evaluar en función de cada uno de los casos.
Sobre el sadomasoquismo ya hemos hablado al principio al ejemplificar el relativismo de juicio alrededor de las conductas sexuales específico de cada época o cultura. El fetichismo no lo considero más que un juego simbólico de sustitución de lo deseado por un objeto que, para el fetichista, lo representa. Creo que la mirada fetichista está estrechamente vinculada a una dinámica de asociación y de construcción interior de una realidad que espera su carga de sentido desde la mirada del sujeto que la observa. Es una cuestión de carácter, diríamos, fenomenológica. Así pues, el fetichismo no lo consideraría tanto una parafilia como una forma de razonamiento y experiencia estética y hermenéutica.
- Te invitamos a proponer una reflexión final
La sexualidad es clave en la construcción identitaria del sujeto. Las personas que viven problemáticamente su biografía sexual raramente se aproximarán a la paz y la alegría que acompañan, casi sin excepción, al sobrevalorado concepto de «felicidad». Quizá por eso considero fundamental que el sujeto, como ser en constante proceso de sexuación, pueda expresarse y comunicar sus deseos, consumándolos en la medida de lo posible. Invito a construirse en referencia a ese otro que es el compañero de viaje de cada etapa, el que hace posible el auto-reconocimiento a cada paso que se da sobre los propios deseos y su realización. El otro es la conciencia erótica, el que nos interpela y nos hace vivir, creativa y constructivamente, la forja de la identidad.
Por otra parte, una Educación Sexual desde las ideas, y no desde los sentimientos y las pasiones, ni desde la moralidad o el miedo, y ni siquiera desde las emociones, debería propiciar una forma más lúcida y sana de entender un proceso que, inevitablemente, va a acompañarnos a tod@s durante toda nuestra vida. Una buena comprensión de quiénes somos pasa probablemente por una buena gestión de aquello que deseamos y sentimos.
Ólvega (Sòria), 11 de Novembre de 2020