Diario de un Erósofo, texto 0: Pensar una Erosofía

Con Efigenio Amezúa, Madrid, Mayo de 2018

Confidencia preliminar

Este post debiera, probablemente, haber sido el que inaugurara esta web, concebida inicialmente como «Erosofía» y reconvertida, por cuestiones que no vienen al caso, en el algo narcisista y poco original nombre con la que hoy se identifica: www.jordiclotas.com. Por tanto, www.erosofia.com fue el nombre original con el que nacía este proyecto.

Dicho esto, y aunque sea a aro pasado, es hora ya quizá de aclarar que gran parte del grueso de información que -de forma más o menos exhaustiva, precisa y fiable- se despliega en los contenidos de esta web, pivota alrededor de un concepto vertebral que pretende dar cohesión a toda esta amalgama de contenidos acerca de los mundos y submundos de la sexualidad. Ese concepto no es otro que el de «Erosofía».

Historia de un concepto

En 1998 decido empezar a organizar infinidad de materiales dispersos acerca del universo de la sexualidad en un fichero que, en un alarde de originalidad, bautizo con el nombre de ABZsexualidad . A lo largo de los años, distintos archivadores fueron acogiendo, sin demasiado orden ni sentido, innumerables recortes de periódico, fotos, artículos, revistas, libros y filmes en los que la sexualidad ocupaba un lugar relevante. Pronto no supe qué hacer con todo ese arsenal de información. Un par de décadas más tarde, cuando Alfred López, en abril de 1998, publica su Ya está el listo que todo lo sabe de sexo (libro más que recomendable para curiosos y buscadores de anécdotas acerca del sexo y sus vicisitudes), concluyo que era algo similar lo que me proponían, intuitivamente, todos esos materiales estropeados y, en muchos casos, convertidos en pura obsolescencia por el inexorable paso de los años. Pero como Alfred López solo hay uno, era el momento de pensar en otras cosas, como por ejemplo en una Erosofía.

A todo eso, unos años antes un buen colega, conocedor de mi erotomanía y de mi vocación por sistematizar saberes aparentemente dispersos (deformación académica de mis estudios de Filosofía, supongo), me propuso cursar un Postgrado de Sexología en el Instituto Científico de Sexología (INCISEX), institución vinculada de la Universidad de Alcalá de Henares. Quise entonces convencerme de que allí encontraría un hilo conductor para recuperar y aprovechar tanto material disperso, además de muchas respuestas. La experiencia fue brutal, pero salí de INCISEX con más preguntas que respuestas… y mucho más material por sistematizar. El lenguaje de INCISEX y su Teoría de los Sexos arrojaba aún más dudas sobre el sentido de ese extraño Síndrome de Diógenes que continuaba haciéndome acumular más y más kilos de papel con infinidad de contradicciones y blackouts.

Después de INCISEX, tuve la sensación de saber mucho menos que antes y de que lo poco que sabía no se correspondía con un lenguaje con significaciones precisas, sino más bien ambiguo, polisémico e incluso pernicioso. Es muy duro regresar a un país extraño y darte cuenta de que han cambiado la lengua oficial en tus años de ausencia. Así que, cada vez que miraba el título de sexólogo colgado en la pared, me entraba una inevitable sensación de pánico y desazón. Ni me interesaba ser Educador Sexual en Institutos de ESO, ni poner preservativos a plátanos canarios frente a una muchedumbre de adolescentes con un currículum sexual más extenso que el mío ni, mucho menos, escuchar las miserias domésticas en serie de parejas en crisis en busca de la libido perdida. Buscaba algo distinto. Pero ¿qué? Había aprendido a desaprender tantas veces que ya no sabía lo que sabía, si es que sabía algo que aún no había tenido que desaprender. Una Sexología de las Ideas, sin componentes emocionales, se me antojaba como una peli de Bergman después de disfrutar con la Trilogía de la Vida de Pasolini.

Llamadme «mediterráneo», pero un concepto del sexo sin ludismo, cargado de paradigmas y conceptos, de recomendaciones y sobriedades; sin grandes borracheras de placer y posterior reconstrucción después de pasionales coñodramas napolitanos; de largas noches de confidencias creando seductoras atmósferas y salvajes amatorias.. No sé, eran como la Venus de Milo, armónica y proporcionada, pero sin brazos. La Sexología Académica se me antoja eso, Venus de Milo, belleza y equilibrio sin sublimidad, fiesta sin música. Faltaba, sin duda, una buena banda, bien organizada, y no un montón de solistas tocando cada cual lo que le viniera en gana. Faltaba una pieza en todo este exceso de datos. Faltaba darle un enfoque práctico a tanta teoría y un toque de saber a sucesivas experiencias que se agotaban en un orgasmo, o en la frustración de no haberlo alcanzado. Faltaba, en suma, Inteligencia Sexual en toda esta trama. Y entonces la idea del sabio que sabe sacar partido a las muchas o pocas enseñanzas de la vida acudió en mi socorro. Lo que buscaba era algo así como una erótica sabia, c’est a dire, una Erosofía (una sabiduría cuyo objetivo era aprender a amar y a amarse).

¿Inteligencia Sexual?

Cuenta el saber popular que la diferencia entre un inteligente y un listo es que el listo acaba siempre sobreviviendo a aquellos entuertos en los que el inteligente nunca se mete. Pero, me pregunto: ¿el sexo es cuestión de inteligencia? He conocido gente con un nivel intelectual enorme que en cambio en su día me demostraron un sorprendente analfabetismo emocional, y, como colofón, una flagrante patanería como amantes (algo así como el John Forbes Nash de Ron Howard en Una mente maravillosa, 2001, pero sin llegar a esquizofrenia). El amor y el sexo no van de estadística, ni de seguridades, ni de garantías. Van de riesgo, de aventura, de más pasión que razón, de exploración, de exotismo, de ensayo y error. La inteligencia sexual, como la medicina preventiva o cierto concepto místico del amor en Oriente, tienen en la evitación de riesgos su razón de ser. No amo, ergo, no sufro.

Yo diría, en cambio, parodiando a Descartes: Amo, ergo sum. Gestionar el difícil equilibrio de la exigencia de libertades propia y del otro y las fricciones que conlleva esa ardua negociación: de eso va la construcción del vínculo, del nosotros. El «sí a todo» no es una postura sabia, sino cobarde, básicamente porque si uno evoluciona es precisamente desde los obstáculos que la realidad, de la que el otro es parte activa,nos pone. Gestionar esa resistencia íntima (por decirlo en palabras del filósofo Josep María Esquirol) y salir no solo airoso, sino con una identidad más rica de todo ello: eso es sabiduría, eso es Erosofía. Camelar al otro para salir igual que se entró, sin pérdidas relevantes pero sin crecimiento alguno tampoco, podría ser Inteligencia social, pero en ningún caso sabiduría. Perder la ocasión de colocarse en la mirada del otro como oponente y resistencia para afirmar la solidez del vínculo es perder una mágica oportunidad de crecer a dos voces, de aumentar el nosotros a la vez que ambas identidades se consolidan y refuerzan.

La idea iba cobrando forma. Antes, en 2005, Kim Cattrall (la incorregible Samantha de Sexo en Nueva York) debutaba como cicerone por los mundos de la sexualidad en el documental Sexual Intelligence , de Catherine Annau, un fresco relato histórico sobre los orígenes del deseo sexual. El título era engañoso, porque se limitaba a recorrer, secundada por algunos especialistas y otros tantos usuarios de la sexualidad, la genealogía de nuestras identidades sexuales. Unos años más tarde, la psicóloga y sexóloga María Esclapez publica Inteligencia Sexual (Arcopress, 2017), pero le puede el oficio de psicóloga y su apuesta se agota en mentes, emociones y conductas, dentro del habitual planteamiento biopsicosociológico. Poco apuesta por una mirada más transversal e integradora, filosófica o existencial, como la que nuestra Erosofía se propone. Tampoco hay demasiados atisbos de un paradigma comunicativo como el que aquí nos nutre. La Cattrall y la Esclapez aportan algunas piezas del rompecabezas de este planteamiento erosófico, pero no me bastan.

Hacia la integración del saber, y la experiencia

Sexología, Historia de la Sexualidad, Biología, Sociología, Antropología, Psicología…. ¿Y el Arte? En todos los saberes que acabamos de mencionar echaba de menos el Séptimo Arte, al que dedicamos un amplio apartado en esta web. El Cine, al igual que las narrativas erótica y romántica, el Teatro, la Pintura o la Fotografía, han sido compañeros inseparables del erotismo y la amatoria desde el origen de las expresiones artísticas de las distintas civilizaciones. Una Erosofía estaba obligada a integrar todos estos saberes, porque constituían un diálogo constante con la experiencia humana de esos otros alejados en el espacio, el tiempo y el imaginario. Ese Octavo Arte que se nos antoja el Erotismo ha utilizado el arte como vehículo para expresar los deseos y fantasías de cada época. Nos ha permitido viajar en el tiempo, en búsqueda de la genealogía de nuestras pasiones y del amor como experiencia radicalmente humana, integrante clave de nuestra construcción identitaria.

Dicho esto, adentrados en cuestiones sobre la identidad, tampoco la Filosofía era un conocimiento prescindible en la ecuación erosófica que me planteaba. De todas esas experiencias narrativas, a través de las expresiones de sus creadores y de las imágenes y las voces de sus protagonistas, por fuerza íbamos a aprender y a vivir a través de otras miradas. Faltaba solo compartir esos microviajes a través del Cine, la Poesía, el Teatro, la Fotografía y la Escultura para crear un lenguaje propio, un idiolecto a dos voces desde el que los personajes, las situaciones y las experiencias compartidas se convirtiesen en símbolo, en iconos con un sentido a veces exclusivo para los amantes. Una Erosofía que se preciara tenía que ofrecer a esos amantes una forma de comunicación casi única e intransferible. Y ahí es donde el saber, el conocimiento y las experiencias vividas entre ambos entraba en juego; donde el saber se convertía en conocimiento práctico y guía para la acción.

Y, entonces sí, con todo ese conocimiento acumulado no como mera erudición, sino como lenguaje apropiado por y para la pareja -o el colectivo- de amantes, la Erosofía se ofrecía como saber teórico práctico, pluridimensional, poliédrico, y multidisciplinar, con la sexualidad como experiencia transversal en un universo construido a medida y con un idiolecto único para sus creadores.

¿Y qué hacemos con la Sexología?

Buena pregunta, con respuesta compleja. Como suele decir mi buen amigo, el sociólogo Marcos Sanz, «respetemos la complejidad». No se trata aquí de desafiar desde la disidencia a un saber forjado tras un siglo de notable esfuerzo por sacar al sexo de las catacumbas de sus sucesivos «secuestradores» (Religión, Mitología, Moral, Psiquiatría, Psicología, Medicina…). De lo que más bien se trataría sería de analizar el contexto en el que nace y se desarrolla la Sexología como aspirante a saber científico, o en su versión menos pretenciosa, como saber sustantivo (y no mero epígono de otras disciplinas con reconocida entidad propia) antes de aventurarse a abordar, sin espíritu crítico, tareas como la Educación Sexual o el Asesoramiento de Pareja. Se me puede objetar que se ha conseguido otorgar a la Sexología el rango de saber con entidad propia, pero también objetaría que, para la mayoría de mortales, la utilidad de un sexólogo continúa siendo una incógnita, un apócope del psicólogo o terapeuta de pareja. Intentaremos resolver este enigma en el siguiente texto, , pero ya adelanto que, escuchando al usuario medio, tengo la sensación que perdura el secuestro de la Psicología en todo cuanto concierne al sexo problematizado, y que pocos entienden al sexólogo como un pensador de los valores del sexo ni del sexo como valor. ¿Por qué?

  1. Psicología: ¿La última Gran Disciplina?: El nacimiento de la Psicología y el Psicoanálisis casi a la par con el Saber Sexológico agotan la capacidad de asimilación socio-cultural de nuevas disciplinas en plena expansión del espíritu científico y positivista del siglo XIX. Ni siquiera el Psicoanálisis, pese al carisma de muchos de sus representantes (Freud, Jung, Adler, Reich… hasta Lacan o Recalcati, por citar solo unos cuantos) llegará a ostentar jamás un reconocimiento universal como saber científico. La ubicación de la sexualidad en el epicentro de la reflexión freudiana, sobre todo a partir de 1905, sería probablemente una de las causas de fagocitación del saber sexológico como saber independiente. A su vez, la Psicología acabaría devorando, a ojos de la opinión pública, la visión ampliada que de la psique humana ofrecerá el Psicoanálisis, que abarcará también aspectos de la sociedad, el arte y la cultura ya desde el último Freud. Por tanto, me atrevería a afirmar que con la Psicología se cierra el cupo de las Grandes Disciplinas Científicas.
  2. La crisis de la Modernidad: La expansión de la crítica a la Modernidad se instala en el cúpula de la intelectualidad occidental a finales de los ’70, poco después de que estructuralistas y post-estructuralistas y la Hermenéutica pusiesen en jaque la legitimidad de cualquier forma de saber definitivo y el propio concepto de «Verdad«. Se instala el pensamiento débil y se diluyen las fronteras entre saberes hasta entonces claramente definidos y diferenciados. El Arte nos cuenta tanta verdad como la Filosofía, la Psicología o la Sociología, y el pensador abarca distintas disciplinas sin quedar bien claro dónde empieza y donde acaba el filósofo, el sociólogo, el antropólogo, el psicólogo o el analista. Habida cuenta que el sexo y la relación con el otro se instala con derecho de ciudadanía en el saber académico de la mano de los fenomenólogos franceses, poco espacio quedaba para legitimar ningún joven saber -como la Sexología- cuando los más veteranos se cuestionaban la posibilidad de un pensamiento fuerte, de un saber duro, acerca de nada.
  3. Nueva Era: Este vacío de poder académico legitimo permite la incursión en el mercado cultural de atractivos discursos orientalistas, esotéricos, ocultistas, teosóficos, holísticos. Sectas y medicinas alternativas empiezan a ganar cota de mercado en el espíritu y las economías occidentales. Todo es Energía, pensamiento creativo, poder mental, realidad simbólica, espíritu. Miente la Medicina. Miente la Ciencia. Miente la Política. Mienten las religiones oficiales organizadas. La sociedad se desintegra en comunidades que se disputan su parcela de veracidad.
  4. Irrumpen las minorías: En tal orden de cosas, la legitimación de un saber sexológico unificado se convierte en quimera, especialmente cuando el Reich Americano cuestiona aspectos claves de la teoría freudiana y los trabajos de Kinsey, Masters & Johnson o Kaplan dinamitan viejos conceptos sobre la sexualidad y generan una aureola de incertidumbre agravada por la crisis del hetero-patriarcado tras la Revolución Sexual y la irrupción de los feminismos, las minorías hasta entonces marginadas como el Movimiento Gay y la Teoría Queer. A más mentiras al descubierto, más verdades cuestionadas.
  5. La Era Internet: Los procesos de socialización y el acercamiento de los sexos, el galanteo, la seducción, la monogamia, el matrimonio, la progenie, la unidad familiar…. Todo entra en crisis. Se instala una suerte de neoliberalismo sexual que incita a acumular experiencias en un mercado que se ofrece a diario a un click de la realidad. Se multiplican las posibilidades de encuentro y basta una pantalla para acceder a millares de intimidades dispuestas a explorar un inmenso abanico de experiencias. Se multiplican las etiquetas. Cualquier atisbo de monogamia y heterosexualidad pasa a ser sospechoso de reaccionario y neopuritano, posesivo y represor, conservador y castrador de los miles de oportunidades que se ofertan tras las pantallas de una amplia gama de dispositivos.

Todo esto basta para que se transforme la sociedad sobre la que se había edificado el joven saber sexológico. La pareja deja de ser la tradicional unión de un hombre y una mujer; el clítoris deja de ser un mito para irrumpir como arma para la emancipación femenina respecto dominio masculino; todo pensamiento binario sucumbe frente a una teoría de los sexos en la que el continuo de identidades sexuales y las identidades performativas diseñan un escenario cargado de cultura y desprovisto de toda legitimación a partir de criterios como «normalidad» o «lo natural». En ese orden de cosas, ¿de qué hablamos cuando hablamos de «relación», o de «pareja»? ¿Es posible construir, siguiendo el modelo de Masters y Johnson, una cirugía estética efectiva del vínculo de pareja cuando la premisa de la durabilidad como valor relacional se ha devaluado?

Desmontar los mantras del pensamiento ultraliberal en materia de relaciones humanas; comprender qué nos acerca y qué nos distancia del otro; reconstruir una escala de valores auténtica desde la reflexión y la autoconciencia; saber qué aporta y qué arrebata cada una de las opciones y oportunidades que nos oferta el mercado de la experiencia contemporánea del otro; analizar las consecuencias de determinadas actitudes en nuestro universo relacional; saber interpretar la realidad en la que se nos brinda la construcción de vínculo con el otro que sume y nos haga crecer; detectar las expectativas poco reales de lo que podemos alcanzar; alimentar el propio deseo desde el cumplimiento del deseo del otro; aumentar nuestro capital sexual como experiencia de crecimiento de y desde el otro; evitar los tropiezos de lo que consideramos obvio y de derecho; avanzar construyendo lo que suma y destruyendo lo que restaSi todo este conocimiento acumulado que me complace compartir con vosotros en forma de lecturas, visionados de films, exploración de nuevas experiencias, diálogo con el otro, debate y comunicación con las nuevas realidades y propuestas y vivencia de situaciones, enriquece nuestro conocimiento y práctica de la sexualidad como experiencia clave en la construcción identitaria, confío en que estaremos más cerca de una estimulante actitud erosófica frente a nuestro deseo y el de quienes nos acompañan en nuestro viaje hacia una sexuación autoconsciente y plena de sentido, sin evitar el compromiso ni renunciar a la libertad que nos exigimos.

Conclusión: La apuesta erosófica

La apuesta erosófica consiste, en suma, en aprovechar todos aquellos conocimientos que nos permiten explorar nuestro deseo desde el equilibrio entre goce, responsabilidad, libertad y compromiso con el otro, sin que ningún pre-juicio nos empuje renunciar a ninguna de las oportunidades, vivencias y prácticas que nos brinda el Eros en el largo viaje hacia la realización de nuestra plenitud como seres sexuados.

Ojalá esta página web logre aportar su grano de arena a alguno de los lectores durante su fascinante aventura vital

© 2021, Jordi Clotas i Perpinyà

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